Tres mujeres, tres historias

Daniel Granatta
17 min readMar 16, 2021

En 2018 impartí la peor conferencia que he dado en mi vida. Slides que no pasaban, micrófono que no funcionaba, etc., todo lo que podía salir mal salió mal aquella mañana de 2018. En otra ocasión haré el recuento de qué y por qué sucedió. Pero eso no importa ahora porque no es de lo que quiero hablar. En ese mismo evento, días más tarde, tenía una participación en un foro más pequeño, sólo para mujeres, y decidí entonces que, para no exponerme a un nuevo desastre logístico, iba simplemente a contar 3 historias de las 3 mujeres de mi vida. Las escribí, imprimí y me marché al evento con mis hojas bajo el brazo. Llegado el momento de mi participación, puse una silla en medio del escenario y me senté a leer las 3 historias.

Publiqué esta historia previamente en mi blog Gorditos y Bonitos:
parte 1 + parte 2 + parte 3

Recuerda, esta es una charla realizada en Septiembre de 2018. Aún no estaba casado con mi actual esposa, ni había nacido mi hijo, y mi hija tenía apenas 6 años.

3 MUJERES, 3 HISTORIAS
Foro: Heroikka — Semana del Emprendedor, Ciudad de México (México), 2018

INTRODUCCIÓN

Hola, me llamo Daniel y trabajo como consultor.
Es refrescante participar en un evento en el que soy la absoluta minoría, y por eso, porque este es un evento completamente distinto a aquellos en los que suelo participar, pensé que quizá el formato de mi participación también debiera ser distinto.

Normalmente mi rol como hombre en un evento de mujeres debiera ser uno sobre una habilidad muy concreta, algo sobre lo que pueda hablar con propiedad porque me haya ido muy bien haciéndolo en la vida. Qué sé yo, storytelling, tecnología, UX, la lista de sospechosos habituales.

Sin embargo decidí enfocar el tiempo de que dispongo en algo que echo de menos en todos esos eventos, cursos e instituciones que tratan de “empoderar” (una palabra que no me gusta demasiado) a la mujer. Siempre desde la parte del conocimiento y del skill. Mejores mujeres. Sin embargo, creo que todas esas instancias presentan una carencia fundamental, la de no contarle a todas ellas cuál es la perspectiva de los hombres acerca de ese entorno tan jodido en el que también muchos vivimos, aunque no lo hayamos creado de primera mano. Hombres con los que ellas van a convivir. Y para que la mujer florezca laboralmente, no sólo necesitamos más mujeres preparadas, sino también mejores hombres.

El mundo se encuentra en un evidente momento de cambio para todos, y nosotros, los hombres, también necesitamos entenderlo. Quién mejor que ustedes para explicarnos lo obvio, una vez más.
Veo por doquier camisetas con frases geniales para las chicas, para que levanten la cabeza si se les ocurre bajarla por el motivo que sea. Future is female. We can have it all. Girl Power, etc, etc. Y sí, puede que el futuro sea female. Y pueden tenerlo todo. Pero tienen que quererlo de verdad. Y de eso les vengo a hablar, porque probablemente para ello hayan de incluirnos a nosotros en la ecuación.

Veo mucho público. Y este es un evento muy grande. Aun así, el formato y tiempo de mi participación me sugerían compartir algo mucho más íntimo, y es por eso por lo que en vez de preparar una conferencia, escribí tres historias, protagonizadas por tres mujeres y el deseo de tenerlo todo, las tres mujeres de mi vida, esperando que de ello podáis entresacar consejos que aplicar a vuestra propia experiencia.

LA HISTORIA DE CARMEN

Mi primera historia es una historia de nostalgia. Es mi historia con Carmen, mi madre.

Mi madre cumple 70 años en Noviembre, y aunque he sido testigo de muchas de las cosas que ha logrado en su vida, siento que sólo la conozco desde hace 10 años. Mis padres eran más que un matrimonio, eran compañeros de vida; al fallecer mi padre en Junio de 2008, mi madre y yo nos quedamos uno con el otro sin ese proxy -mi padre- que al parecer nos unía. Cercanos en el amor, similares en carácter, y lejanos en todo lo demás, incluidos los kilómetros que nos separaban, llevamos 10 años puliendo nuestra relación ya no sólo como madre e hijo, sino como dos adultos que son casi casi la única familia que conservan.

Mi madre fue a la universidad cuando las mujeres no iban a la universidad. Licenciada en Ciencias Físicas, emigró de su ciudad a la mía tras casarse con mi padre, y desde allí dedicó gran parte de su vida a la formación, no sólo en las aulas sino en los despachos y entresijos políticos de la universidad en la que aún trabaja. Cuando tenía casi 47 años, inició (por si alguien tiene la noción de que la palabra “tarde” es algo más que una invención que nosotros mismos nos creamos) una carrera en política que la llevó a ser diputada en España, y, más tarde, candidata primero, y la primera alcaldesa de la historia de mi ciudad después.

Todo eso pasó, pero nunca percibí la dimensión pionera de cada uno de esos hechos, pues siempre los viví como hijo, y no como observante externo. Mi madre es una pionera, pero para mí simplemente era mi madre. Y sin el “cobijo” (entre comillas) que hoy proporciona el movimiento social al respecto de la equidad de género, ser pionera hace 40 años era como caminar por un delgado alambre sin una red de protección 50 metros por debajo, porque la inteligencia incomoda, especialmente la ajena. Y sobre todo si además eres mujer, emigrante, socialdemócrata, y trabajas más horas que nadie. Molestas a hombres y a mujeres por igual, y cuando hoy otras mujeres abanderan conceptos como el de “sororidad”, mi madre sonríe. No porque no crea en ellos, sino porque en su experiencia, el género que peor la ha tratado, con mucha diferencia, es el femenino. Para muchas mujeres, la sororidad es un problema cuando entra en conflicto con sus intereses personales.

Pensaba en eso el fin de semana, cuando Serena Williams explotaba de rabia contra un árbitro que, a juicio de ella, la estaba maltratando en la final del US Open de tenis. La reacción de Serena Williams, para mí, encarnaba los cientos de millones de veces que la voz de una mujer ha sido callada o no tenida en cuenta. Y cuando aludía al hecho de que tenía una hija, y que protestaba aquello porque quería lo mejor para ella, me pareció que estaba hablando desde la sinceridad que te da un encabronamiento de semejante calibre.

Leyendo las reacciones posteriores al evento, y la manera en la que se juzgó a Serena por lo que hizo (más allá de si pienso que tiene razón o no), me acordé de Rosa Parks. Ya me imagino a los tuiteros pontificando desde sus cuentas si hubiera existido Twitter en la época de 1950, en plena lucha por los derechos civiles en Estados Unidos: “cállese ya, señora”, “hay que respetar la ley”, “los policías no podían hacer otra cosa sino detenerla”, “hay un reglamento para viajar en autobús y ella se lo saltó”, “estoy de acuerdo con su protesta, pero no con cómo la hizo”, etc.

Pero lo que Rosa Parks reclamaba no tenía nada que ver con los viajes en autobús, así como lo que reclamaba Serena no tenía nada que ver con el tenis. Probablemente, pensé, gracias a gente como Rosa Parks, Serena Williams estaba jugando ese día su 31ª final de Grand Slam. Probablemente, gracias al altercado de Serena con el árbitro, dentro de 10 años haya una mujer que pueda opinar y levantar la voz sin que por ello la tilden de “emocional”, “hormonal” o “demasiado sensible”.

En mi opinión, hay gente que idealiza los movimientos, y los piensa románticos. Ya saben, “el verdadero feminismo era el de las sufragistas, no el de ahora”, sin darse cuenta de que nunca en la historia el status quo de las cosas ha cambiado de manera respetuosa, sino a fuerza de golpes, sangre, sudor y lágrimas.

Ese status quo se cambia yendo a los extremos y estirando, porque así, cuando hay alguien en el extremo, lo que dices tú (que no es tan extremo) suena sensato (por comparación) a ojos y oídos de quien te ve y escucha. Porque si no hay nadie en ese extremo, entonces el extremo eres tú, que simplemente querías cambiar algo que te molesta. Y entonces eres emocional, demasiado sensible, etc.

Mi conclusión tras este fin de semana, es que hay muchas personas que dicen estar de acuerdo con que las mujeres luchen por sus derechos, siempre que no sean ruidosas ni armen barullo. Porque si lo hacen, entonces son prepotentes, bossy, y pretenden estar por encima de las reglas.

En un simple ejercicio de transferencia, regresé entonces a mi madre, y puesto que, en muchas ocasiones, la gravedad de la ofensa por lo que uno hace depende de cómo la percibe quien se siente ofendido, entendí que en estos 40 años mi madre ha debido molestar a un montón de gente, porque ninguna lucha se gana jugando con las reglas de lo que se quiere cambiar. Y primero se gana una lucha, y las nuevas reglas, acordes con lo conquistado, se escriben después. Y entonces vi a mi madre con ojos de adulto y no sólo con los de hijo, y entendí que su legado, construido sobre el esfuerzo y sudor de generaciones previas, probablemente pueda, como en el caso de Serena, servir para que en el futuro haya otras mujeres que no tengan que pasar por las vicisitudes e injusticias por las que ha tenido que pasar ella.

No es cierto que sólo en esta época las mujeres puedan tenerlo todo. Hay muchas que lo han tenido en el pasado. Y no se lo hemos reconocido porque su independencia y búsqueda molesta, porque que alguien se salga de la norma cuando tú no puedes hacerlo, incomoda. En el caso de mi madre, creo que lo ha tenido (casi) todo. Y por “todo”, no me refiero a posesiones materiales o al hecho de haber podido compaginar su vida personal y laboral, sino al hecho de que la vida que ha vivido (con sus luces y sus sombras) ha sido así a través de su propia toma de decisiones, el mayor ejercicio de libertad que alguien puede acometer.

Pero digo “casi” porque esa búsqueda también necesita, de vez en cuando, reconocimiento. Para que “todo” no sea una palabra tan grande que se vuelva inalcanzable, un cable a tierra para apagar los ecos del remordimiento del “sí, pero te faltó esto otro”. Un reconfortante “Si lo hiciste por decisión tuya, está bien”, así sea quedarte en casa para toda la vida, o querer triunfar laboralmente y no tener hijos porque ese es tu camino.

Seamos más amables con nuestros pioneros. Dejemos de buscar sólo ejemplos externos e investiguemos cuáles son las historias cercanas que nos llevaron a tener hoy las oportunidades de que disponemos. Porque, como decía Newton, “si he logrado ver más lejos es porque estoy subido a hombros de gigantes.”

Quieran a sus padres y seres más cercanos, pero si tienen ocasión, admírenlos también. Te quiero mamá, y también te admiro mucho.

LA HISTORIA DE ERIKA

Mi segunda historia es una historia de abundancia.
Es mi historia con Erika, mi casi-esposa.

Erika y yo nos casamos en un mes, y la única palabra que puedo encontrar para describir con justicia el estado de mi relación es “abundante”. No de bienes materiales, sino de amor y de futuro. A veces miro hacia atrás y veo al Daniel de hace unos años con un dejo de reproche: si tan sólo hubiera sabido entonces la mitad de lo que sé ahora…

La abundancia (en el sentido afectivo, energético o espiritual) es importante, porque es el mejor lugar desde el que tomar una buena decisión. Cuántas cosas hemos comprado o cuántas personas hemos escogido porque sentíamos que nos faltaba algo o porque no queríamos estar solos. Cuando no tomas decisiones desde la abundancia lo haces desde la necesidad, y es por ahí por donde muchas veces comienzan los problemas.

Esta abundancia de la que hablo tiene una moneda, que es el amor. Y es una moneda que, al contrario del dinero que llevas en el bolsillo, es infinita.

Don Draper decía que el amor era un invento de tipos como él para vender medias. Don Draper era un imbécil. El amor existe, y es por eso por lo que muchas personas abren su cuenta en Bumble o se arreglan cada noche de viernes esperando encontrarlo. Pero en mi travesía creo haber descubierto por qué tienen el foco en el sitio equivocado, y es por eso por lo que les quiero contar lo que yo he entendido que es el amor.

Para mí, el amor es una combinación simultánea de admiración, honestidad y oportunidad. Es saber que la otra persona te inspira a ser o hacer algo que no habías pensado que podías ser o hacer, mientras simultáneamente entiendes que eso no le da a esa otra persona el derecho de pasarte por encima, y teniendo la seguridad de que si hay algo que merece la pena ser rescatado, debiera al menos existir una última y pequeña posibilidad por donde ambos pueden transitar para encontrar una solución.

Lo entiendo así porque, en un punto cardinal de la historia de mis padres, mi padre decidió retirarse de la primera línea de la vida política para impulsar la carrera política de mi madre. Fue así como crecí, pensando que mi rol como hombre en una relación era el pasarse del spotlight al backstage, para hacer que mi pareja brillara y verla orgulloso independientemente de cómo me estuviera yendo a mí. Si mi valía estaba en manos de los logros de mi pareja, podemos concluir que yo estaba en serios problemas, pero sólo con los años descubrí lo evidente de esto que acabo de decir.

Por el contrario, la expectativa de una relación de Erika era el estar con alguien a quien admirara, sabiendo de su propia independencia económica, así que pueden imaginar los conflictos, que nos estallaron un día hace algo más de dos años cuando aún vivíamos en Miami. Me increpó:

“No te reconozco, no eres ni la sombra del tipo del que me enamoré. ¿Qué vas a hacer para arreglarlo?”

Un puñetazo en la nariz lleno de honestidad, reclamando el desbalance en esa admiración mutua por la cual decidimos alguna vez comenzar a salir juntos. También una última oportunidad de solucionarlo. En perspectiva, las cosas claras y el chocolate espeso, siempre es mejor un puñetazo en la cara que mis maletas en la puerta.

No me quedó más remedio que poner en orden mis asuntos emocionales, dejar de lamentarme por cosas que ya no estaba en mi mano solucionar, y empezar a preocuparme por las que sí. Y darme cuenta de que, aunque la relación de mis padres hubiera funcionado bajo aquel esquema, no por ello esa debía ser la expectativa con la que afrontar las que yo tuviera en mi vida.

En lo que yo intentaba arreglar mi parte del desaguisado, Erika comprendió también desde dónde hablaba su dolor hacia mí, y así, juntos pero por separado, iniciamos un proceso similar al de pelar una cebolla, quitándonos todas esas capas que cada uno arrastraba desde su pasado personal, hasta que un día nos vimos, desnudos (literal y metafóricamente), una frente al otro. Nuestra relación era, por fin, enteramente nuestra. En el presente y hacia el futuro.

El amor, el de pareja, no se encuentra. El amor, como moneda de la abundancia, es algo que se crea. Y a lo más a lo que puedes aspirar es a encontrar una persona con la que desees crearlo. Es un proceso infinito de deconstrucción y reconstrucción, donde lo que uno cree correcto choca contra la realidad cargada de pasado del otro, y viceversa. Es un proceso de aprendizaje y de paciencia, de subir un peldaño para estar a la altura de lo que el otro espera, en vez de obligarle a conformarse, y al mismo tiempo uno donde puedes descubrirle al otro que es más de lo que había pensado. No es un lugar de llegada, es el camino. No se encuentra, se crea, y es exclusivo de los dos y de nadie más.

Por eso, el amor entre mis padres les pertenecía a ellos y les funcionaba de aquella manera. Por eso no funcionó para mí cuando intenté usarlo como hoja de ruta.

Cuando como mujer dices querer tenerlo todo, has de ser consciente de que no es algo que se te otorga, sino algo por lo que peleas. El amor de verdad sube la vara para ambas partes, y tú tienes que subir la tuya. En la medida de tu exigencia encontrarás la verdadera cara de la persona que tienes enfrente. No tienes que conformarte, y si no recibes lo que esperas vete cuanto antes.

Pero si sí, vuela con esa persona. Volad alto, volad juntos, conforme a 3 reglas muy simples:
– Admiración mutua.
– Cero tolerancia a las estupideces.
– Siempre una ventana abierta.

El amor (y por ende la abundancia) no es suerte, es un trabajo de tiempo completo.

LA HISTORIA DE ANALUCÍA

Mi tercera historia, la historia con la que van a salir de aquí, es de esperanza.
Es mi historia con Analucía, mi hija.

A sus 6 años, Analucía me vuelve loco. De amor, la mayoría de veces. De enojo, algunas otras. Analucía discute, Analucía argumenta, y mientras crece veo no sólo cómo sus neuronitas van conectando cada nuevo conocimiento, nombre o canción con que se topa, sino que también cómo va simultáneamente formando y desplegando su personalidad en este mundo que le ha tocado vivir.

Hace algunas semanas, tras una discusión de media hora sobre no recuerdo ahora bien qué, su madre le preguntó: “Analucy, ¿por qué me pides eso si ya sabes de antemano que mi respuesta va a ser no?” Respuesta: “Porque tengo que intentarlo.”

Una respuesta irrebatible con la lógica de una persona para la que las cosas son sencillas, sin tanto drama como quizá le agregamos a veces los adultos. Testaruda como es para lograr lo que quiere, hay ocasiones en que, cuando sólo me resta una rayita de energía en el cuerpo, reúno mis últimas fuerzas para poder decirle “Hija, creo que estás demasiado empoderada”, antes de caer casi desmayado.

Desde hace diez días, Analucía quiere ser cantante para animales. Antes que eso quería ser arquitecta y Presidenta de México, y un poco antes quería ser contadora de chistes profesional, standupera, vaya, por usar un término ya coloquial. Admiro su valentía, admiro cómo es capaz de transmitir lo que siente con palabras, y siento que si bien criar a una niña en este mundo es una tarea complicada, hay una con la que ya no tengo que lidiar: ella ya sabe que puede ser lo que quiera, y mi único papel en ese sentido es hacer que nunca lo olvide.

A veces pienso que cuando eres patán (como yo) en algún punto de tu vida, el karma te manda una hija para que puedas enderezar el rumbo, y ya de paso educarla para intentar que ella ponga tierra de por medio si se llega a encontrar con alguna versión futura del “tú” que fuiste hace unos años. Ahora me quedo embobado cuando veo cómo su madre le explica cosas como la menstruación o sobre cómo un espermatozoide fecunda un óvulo, y soy feliz de que hablen de esos temas (tabú para muchos) de una forma tan natural. Una mujer que conoce su cuerpo, por dentro y por fuera, es libre en el futuro de utilizarlo cómo, cuándo y con quien quiera, bajo sus propias condiciones. Una mujer que pueda, en suma, tenerlo todo.

Quiero que Analucía tenga un hermano. Yo crecí como hijo único, sé los problemas que eso me ha causado como adulto, y no quiero que ella crezca así. Pero también me preocupa la tarea quimérica de criar hoy a un niño varón en este mundo. ¿Cómo se educa a un niño para que no crezca como un macho? ¿O para que no sea bulleado si decide mostrar comportamientos que no sean los de seguir las costumbres tribales del resto de sus compañeros?

Las niñas pueden escoger hoy de entre un montón de role-models.
Los niños no tenemos más que un Billy Elliott, ¿dónde están nuestros otros Billy Elliotts?

Una buena respuesta, sin saberlo, me llegó de la propia Analucía y un par de compañeritas suyas, cierto día en que las estaba llevando a una fiesta de cumpleaños. Les pregunté que si ya se habían enamorado de algún compañero de clase. Analucía fue la más rápida en contestar, para decirme que ella no pensaba tener novio nunca, porque le daba mucho asco eso de los besos. Su respuesta, francamente, me preocupó, porque ahora sé que el día que se enamore lo hará como una estúpida, head over heels. Sus dos compañeras, en cambio, coincidieron en señalar a *********, como aquel de quien se habían enamorado.

Conozco a *********. Es un niño bellísimo y muy divertido, que además baila como los ángeles. También le cuesta leer, pero como los niños nos desarrollamos más tarde que las niñas, nunca pensé que eso fuera un problema a esta edad.

En eso, las dos que confesaban haber estado enamoradas de *********, agregaron rápidamente que ya no lo estaban porque “********* no confiaba en sí mismo”, y eso ya no les gustaba tanto.

Pensé “Fuck, los hombres estamos jodidos si ya desde tan pequeñas nos empiezan a ver las grietas con las que luego llegamos a adultos.” Analucía es tremendamente demandante, y a veces, medio en serio medio en broma, suelo decirle que algún día va a ser una persona extremadamente complicada de satisfacer. Entonces me quedo callado, y pienso de repente que lo que comienzo como reproche quizá sea también una especie de cumplido. Es cierto, quizá el nivel de su exigencia es una vara imaginaria 15 metros por encima de la que un día me puso su madre en una discusión durísima en un departamento de Miami.

La generación de mujeres de hoy ha hecho que sus hijas crezcan con, al menos, las mismas expectativas que ellas ya tienen. O (por qué no) un poco más. Y entonces pensé en *********, y en mi futuro hijo, y en cualquier otro niño varón, y en que quizá esta generación de hombres de la que yo soy parte ya no puede ser salvada, y que quizá los mejores hombres vendrán cuando la próxima generación de mujeres suba un poco más la expectativa para que nosotros tengamos que crecer, en vez de obligarlas a ellas a comulgar o conformarse con nuestras bobadas.

Es una de tantas cosas que he aprendido de Analucía. Ella me ha hecho redescubrir el mundo a través de sus ojos para poder explicarle lo poco que sé, y me ha ayudado a comprender que la forma en que educamos a nuestros hijos no debiera ser lo que nos inculcaron de pequeños, sino simplemente un ejercicio de mejora propia para que ellos nos imiten por ósmosis. A veces, cuando la regaño, me percato de que no soy yo quien habla, sino mis padres o abuelos. Pienso entonces en cuántas generaciones hacia atrás tiene ese regaño sobre no pintar en una mesa blanca, hasta que me recuerdo, mucho menos despierto y espabilado que ella a mis 6 años, y me doy cuenta de que no puedo reclamarle como si fuera una adulta porque apenas está empezando a comprender el mundo que la rodea. Y entonces la dejo ser. Y es muy cansado, pero los dos somos felices.

Las niñas, y los niños. El futuro.
Porque pensamos que es nuestro rol enseñarles, cuando resulta que los que nos enseñan son ellos.

DESPEDIDA

Antes de terminar, quiero hacer un breve recorrido por algunas cosas de las que he hablado a través de estas tres historias basadas en hechos reales:
– No trates de encajar. Lo que haces, importa, pero lo que eres importa mucho más. Well-behaved women rarely make history. Y no tienes por qué hacer historia todo el rato, pero cuando el momento sea el propicio, lo sabrás.
– Rompe el patrón. De tus relaciones. Hacia tus hijos. Evalúa que es tuyo y qué es heredado, y si esto último no sirve, deséchalo.
– Pueden tenerlo todo, pero tienen que quererlo con todas sus fuerzas, empezando por definir qué significa “todo” para ustedes. Aunque cambie con el tiempo. Y rodearse de gente que les ayude a conseguirlo

Creo que el futuro sí es de las mujeres.
No sé si lo será en un futuro cercano, o si el siguiente paso es, simplemente (y no es poco), que el mundo sea un poco menos de los hombres.
Sea como sea, a mí y a muchos otros nos gustaría tener un lugar en él.
Es su lucha, pero estamos con ustedes, aunque a veces, como les decía hace unos minutos, tengan que explicarnos muchas veces lo que aparentemente es obvio.

Gracias.

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Daniel Granatta

👾 I rewire people 🎓 Director / Master in Business, Innovation and Creativity @centro_news 📖🎧 Lee mi libro UNA VIDA DE CREATIVO http://amzn.to/3Fz4bvj